El último café.
(Por él)
Ella lo fue todo. Nunca antes me había enamorado, esa palabra no existía dentro de mi vocabulario, esa palabra no era para un hombre. No creía en la gente ni siquiera en la amistad. Estaba perdido, aislado, todo me daba igual, no había luz después de cada tormenta. La vida me había dado muchos fracasos, demasiados, que ya no podría soportar uno más. Pero al final del túnel, cuando estaba a punto de tocar fondo, aparece ella, aparece el sol y la mayor de las estrellas. Aparece su sonrisa que todo lo borra, su mirada, sus ojos verdes, su mano agarrando la mía con firmeza. Sin duda, la mujer de mi vida, aquella en la que nunca había creído.
La hecho tanto de menos, que mi alma está desgarrada y mi corazón hecho añicos. Sus palabras “Vete, ya no te quiero”, me acompañan cada minuto del día. Qué nos había pasado, ¿qué podía haber roto una relación tan perfecta o tan imperfecta pero tan nuestra?. Miro sus fotos, nuestras fotos, mientras huelo el café que está a punto de hacerse, ese olor tan profundo y que me recuerda tanto a ella, sin embargo, el sabor ya no es el mismo, es más amargo y el sabor menos intenso. Me sorprendo sonriendo mientras recuerdo esas miradas tan cómplices y esa sonrisa que siempre nos acompañaba, pero el ruido de la cafetera me devuelve a la realidad, y me hace sentir solo, vacío.
Después de ella no hay nadie, nunca la hubo, cuando pruebas un café que de verdad te gusta y además te envuelve su aroma, todos los demás te parecen mediocres. No sé porque le hice creer que la había, quizás por despecho o para aparentar menos dolor del que siento. En cambio la necesito, y la necesito como nunca podría haber llegado a imaginar. Es como si dentro de ese piso se hubiera quedado una parte de mí y no pudiera hacer nada por recuperarla. Me he llevado conmigo todo el equipaje, pero mi vida se me había olvidado recogerla, se ha quedado allí con ella. He soñado miles de veces que esto nunca había pasado, que sigue a mi lado, pero al despertarme siempre acabo abrazado a una fría almohada y ahogado de soledad y desesperación.
De repente, suena el móvil, esa melodía que llevaba meses esperando. Tembloroso cojo la llamada y oigo un tímido “te quiero, te echo de menos”. Sin que apenas pueda contestarle, me cuelga y me quedo anonadado, sin palabras, con el teléfono pegado a mi oreja, a mi alma. Sin pensarlo, devuelvo la llamada, y recupero mi equipaje, mi vida, aquella que había perdido un frío día de verano. Recupero el sabor del café, el aroma, recupero el caluroso invierno, mi sonrisa, nuestra sonrisa. Porque desde que nos conocimos siempre hemos sido dos. Dos cafés con aromas diferentes, pero igual de intensos.
Estoy en su cocina, me dispongo a preparar café, la miro, sonrío, acaricio su media melena mientras no dejamos de sonreír. Aquí es donde debo estar, donde quiero estar. Perdido en su melodía, bailando con su aroma y saboreando mi vida, nuestra vida.